Qué bien que la curiosidad te haya traído hasta aquí, a mí me ha pasado lo mismo. Me lanzo a escribir una newsletter. Me apetece compartir más allá de lo que las redes y el scroll infinito permiten en tiempo de “cortito y picadito, que ahora la gente no presta atención a nada”. Pues resulta que ahora me apetece hacerlo lento y a mi rollo. Me estoy alejando a paso firme de todo lo que me diluye. No es un propósito, es solo que mi sistema nervioso está siendo más expresivo que nunca.
Ahora, no sin bastante pudor, me dispongo a juntar mis inquietudes y hallazgos en un puñado de confeti que te voy a arrojar por sorpresa una vez al mes. Así, como quien no quiere la cosa. Yo creo que te va a gustar. Ya me dirás.
Tuve un jefe en el mundo del espectáculo que cuando dudaba acerca del desarrollo de un show (y dudaba mucho, créeme) disparaba un cañonazo de confeti al público. Decía que eso nunca podía fallar, que a la gente nos encanta estar aturdidos bajo una lluvia de colorines. El de contabilidad comentaba a menudo que los presupuestos anuales en confeti eran preocupantes. Resulta bastante tierno, porque visto lo visto, si hay que tener un jefe adicto a alguna sustancia, que sea esa.
Así pues, bajo este concepto variadito, fugaz, colorido y serotonínico te voy a colar las cositas que me traen de cabeza. Suelen ser temas sobre creatividad, arte, libros, pelis, expos, historia de la moda, tele… mi vida laboral e inquietudes siempre han ido por esos mundos, así que de ahí no me saques.
Llevo ya un tiempo con una necesidad urgente de naturaleza. Cuando voy al bosque abrazo árboles, hecho que dibuja una mueca condescendiente a los descreídos. El cuerpo me pide quitarme las botas y andar descalza por senderos llenos de piedras, musgo y tierra.
Ese mismo cuerpo que la mayor parte del tiempo observa estoico como a los gilipollas les va bastante bien y responde con una sonrisa y un “gracias” a la incertidumbre y precariedad laboral. ¿Quién soy yo para juzgarme por querer hacer un poco la hippie?
Girito de guion. Aquí te dejo un estudio que demuestra que la gilipollas soy yo y que esta práctica estresa y mata a los árboles.
La naturaleza y mi manera de relacionarme con ella es mi tema últimamente.
Ahora mismo coinciden en Barcelona dos exposiciones sobre el Amazonas. Dos miradas distintas pero que convergen en lo social y por supuesto en lo medioambiental. La primera que visité fue Amazônia, de Sebastiâo Salgado, en las Drassanes Reials. La mirada del artista sobre la naturaleza y la manera de habitarla es de sobras conocida, pero jamás la das por sentada, siempre te sacude y te eleva. La propuesta expositiva es de Lélia Wanick, arquitecta, colaboradora socia y esposa del fotógrafo. Léila dispone la descomunal obra imitando el “desorden” natural de la selva. Las piezas audiovisuales se digieren con intimidad en una construcción que evoca la Maloca, la gran casa comunal donde habitan los indígenas, un tipo de vivienda que representa para las comunidades amazónicas una síntesis del universo. El protagonismo absoluto es de las penetrantes fotografías de Salgado. Esas fracciones de segundo que relatan historias completas, donde como él mismo dice, todos los elementos están vinculados: personas, el árbol, viento, luz.
Una elegantísima (por lo discreta pero elemental) ambientación sonora creada por Jean-Michel Jarre te acompaña omnipresente como una bruma. No hay demasiados elementos, son pocos pero están perfectamente hilvanados.
A la salida, conmovida, compré el catálogo de la exposición. Una joya necesaria. Por su parte, mi hijo Leo de 4 años, robó un ejemplar de las memorias de Salgado, De mi tierra a la Tierra. No es algo de lo que esté orgullosa, por supuesto, pero ya he asumido que es inevitable lo de descubrir un botín oculto en su chaqueta al llegar a casa. Esta vez le echó el guante a una de las biografías más inspiradoras y crudas que recuerdo. Gracias hijo, eres un caco de excelente criterio.
Sus memorias, narradas con una deliciosa sencillez , te pasean por todos los rincones del mundo, por sus atrocidades y por su belleza. Me sorprendió descubrir que la fotografía entraría tarde en su vida, que a lo que él le daba duro era al activismo político y a su doctorado en economía. Una economía ecológica, del crecimiento, solidaría y regenerativa, por supuesto. Hay mucho, que contar de su vida y su obra, que en realidad son lo mismo, pero es imprescindible destacar su ambicioso proyecto medioambiental de altísimo impacto, Instituto Terra, donde él y Léila llevan más de veinte años repoblando con dos millones de arboles parte de la Amazonia brasileña.
Lo han conseguido, han resucitado un ecosistema con 172 especies de aves, 33 especies de mamíferos, 293 especies de plantas y 15 especies de reptiles. Artistas que con su dinero hacen grandes cosas para todos. Lo de Kim Kardashian de irse en avión a Paris a comerse un macarón y volver pero al revés, ¿sabes?
La otra expo sobre el tema la encuentras en el CCCB Amazonias, El futuro ancestral, se centra en el arte, la cultura y el pensamiento indígenas, pero sobre todo el papel determinante que juega este territorio en el futuro del planeta. Un recorrido colorista, sensorial y comprometido. Partiendo de un territorio tan vasto como desconocido, tiene la capacidad de hablar de todo y de todos. Nos invita a salir llenos de vida y con un sentido de unidad universal nada naïf, cosa que es de agradecer cuando se trata de conceptos tan manoseados y pseudo new age.
Me obsesioné y me emocioné con la instalación donde se recrean los olores del amazonas. ¿A qué huele una Maloca? a hojas, a humo, a chicha, a sudor, a quiñapira, a a carayurú, a árbol. Y la deforestación ¿a qué huele? a tristeza, a carbón, a leña quemada, a húmedo, a humo negro, a gasolina. Esta última me partió en dos. Es un puñetazo en el que el dolor se mueve desde la pituitaria hasta las entrañas en una milésima de segundo.
Trajeron desde distintos lugares del Amazonas muestras orgánicas e inorgánicas y en varios procesos científicos con técnicas de alta perfumería consiguieron crear esencias complejas, llenas de matices que de manera abrupta y salvaje te llevan muy lejos. Reivindico incluir el olfato en la experiencia artística, aunque en lo de los olores, el cerebro y las emociones ya entraré otro día más a fondo.
Ver leer y escuchar.
The Lost Children. El rescate de unos niños supervivientes de un accidente aéreo en la Amazonia colombiana por parte de ejército e indígenas. Una ceremonia de Ayahuasca más tarde, la selva, como ente, coge las riendas del rescate. Misticismo o metáfora, me da igual, lo compro. Formalmente no es una maravilla pero consigue engancharte al minuto.
La Sal de la Tierra. Súmale al mundo de Sebastiâo Salgado la mirada de Wim Wenders y aquí tienes otro imprescindible. El docu tiene 11 años, ya vas viendo que si quieres estar al día, aquí no es.
Le Regne Animal. Incomoda a ratos, poética y visualmente apabullante.
Va de los cambios y el respeto por lo vivo. Ciencia ficción Europea de presupuesto increíblemente bien aprovechado. A mi suegra no le gustó nada.
Walden. de Henry Thoreau. Lo leí por primera vez hace 15 años y debo decir que me cayó fatal el tipo. No estaba preparada para el que dicen que es el padre de la ética ambiental moderna. Es tu libro si tú también sueñas con capitalizar el paro, mandar a tu casero a mierda y pillarte una camper.
Una de cumbia amazónica psicodélica. Esta no la viste venir, reconócelo.
Un género que te animo a que investigues sin prejuicios. Te acercarás por la piscodelia pero te quedarás por lo kitsch. En el minuto 2’, si prestas mucha atención, puedes escuchar de fondo a Melody canturreando su tema de Eurovisión.
Este puñadito de confeti, por ser el primero, ha quedado algo “generoso”. No me lo tengas en cuenta.
Te veo aquí el mes que viene con el firme propósito de no hablar de Karla Sofía Gascón pase lo que pase en los Oscar. ¿Lo conseguiré? No lo creo. Suscríbete y lo vemos.
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