#5 Tolkien, un mango, John Cleese y todos mis ex. Una historia de asertividad y superación.
#5
Dice Jules Renard que el hombre verdaderamente libre es el que sabe rechazar una invitación a cenar sin dar excusas. Sinceramente, no sé de que me habla.
Cuando era más joven, no se me daba bien decir no, establecer límites, avisar a alguien de que tenía cien gramos de espinacas entre los dientes, aguantar silencios incómodos, salir de situaciones embarazosas ni pedir ayuda sin ponerme agresiva.
En los últimos tiempos he dado pasos de gigante en este asunto, aunque debo decir que tenía un gran margen de mejora. “Margen de mejora” es uno de mis eufemismos preferidos.
Lo más habitual cuando manejas en torno a un 0 % de asertividad es que pases los días haciendo cosas que no quieres hacer, con gente que no te gusta y en relaciones de las que no sabes salir. Por supuesto, esto puedo valorarlo ahora, una vez saneada esta tendencia. Por aquel entonces, yo invocaba a mi paciencia y bondad para sobrellevar situaciones- y personas- desagradables para mi sistema nervioso.
Mi misión en la vida era, de alguna manera, complacer y no incomodar con mi incomodidad. Fíjate qué tontería.
En una ocasión cogí un mango en una tienda gourmet. Se lo di a la chica de caja, lo pesó y, mientras lo envolvía como a un pequeño neonato de la Clínica de la Virgen del Pilar, dijo: —Serán 9,85 €.
Vi el mango asomando entre el papel de seda, arropado con sus espumitas protectoras y su etiqueta dorada y reluciente, y no supe reaccionar.
Diez euros por una pieza de fruta que, a juzgar por el precio, había viajado en business desde Costa Rica.
¿Quería pagarlo? NO. ¿Lo pagué? Por supuesto que SÍ. Adiós, gracias y una sonrisa. La asertividad también te ahorra dinero. Toma nota.
Una vez tuve un jefe… Siento que podría escribir tres tomos del tamaño de Guerra y Paz hablando de exjefes. No lo haré porque le tengo miedo al éxito.
Pues bien, una vez tuve un jefe que usaba palabras contrarias a lo que quería decir, y ninguno de nosotros fue capaz de decirle que esa palabra ahí no pintaba nada. Decía “yo me inmiscuyo” para referirse a que se salía de alguna conversación o proyecto. Inmiscuirse significa exactamente lo contrario, pero por el contexto entendías que el pobre diablo no tenía ni idea. Quería colocarla por ahí a toda costa. Seguro que acababa de escuchar esa palabra a alguien que llevaba un reloj caro y dijo: “Ah, pues yo también”. Era ese tipo de persona, ¿sabes?
También confundía chascarrillo con cotilleo. Nadie le corregía, claro, por lo que él iba sumando palabras y más palabras que no querían decir lo que él creía, así que terminó hablando como a quien le está dando un ictus: nada de lo que decía tenía sentido.
Lo curioso del tema es que había quien “recogía” esas palabras y se las hacía suyas para también usarlas mal, por supuesto.
Cuidado con esas personas a las que les gusta rodearse de gente que no se atreve a corregirles o, lo que es peor, de personas más tontas que ellos.
Aquí, más que falta de asertividad, achaco mi cobardía a la necesidad de un sueldo. Sorpresa: decir lo que piensas va de la manita del privilegio, una vez más.
En las relaciones románticas, esta incapacidad mía fue fuente de malos entendidos. Nunca malos entendidos había sido un eufemismo tan grande.
He hecho ghosting por encima de mis posibilidades y de mi propia autoindulgencia. Ojalá reunirles a todos en un espacio amplio, con una unidad del Samur en la puerta, y decirles: —Mirad, chicos, es que yo… (pausa dramática) yo era una gilipollas incapaz de afrontar un conflicto. Lo siento.
Y empezar con una ronda de ruegos y preguntas de la que no saldría bien parada.
Más tarde me tatué a John Cleese sin saber que sería determinante en mi vida sexoafectiva, ya que lo usaría de filtro en las citas.
Por supuesto, si alguien no disfrutaba —o ni siquiera sabía quiénes eran los Monty Python— se abría una trampilla bajo sus pies y caía directo a las fauces de la legendaria bestia negra de Arrrghhh. Sencillo, rápido y eficaz. Aunque alguno me la coló, seguro. Yo también fingí disfrutar de El Señor de los Anillos y Star Wars para gustarle a un chico. Y tú también.

Creo recordar haber propuesto maratones de pelis y todo. —¿La Tierra Media? ¡Es mi pasión! Qué sinvergonzonería la mía. En mi defensa diré que ese pedazo de friki era guapísimo, muy buena gente, tenía coche y regentaba el cibercafé más chulo de la ciudad.
En los 2000, y con diecisiete años, eso era un chollo.
Sí, he dicho cibercafé.
Si has llegado hasta aquí, te has llevado demasiada información personal. Cómo nos gusta hablar de nosotros mismos, ¿verdad? También has aprendido —o recordado— que, con el tiempo, esas cositas de ser más fiel a uno mismo mejoran. Que cuando creces, rechazas ir a una cena con un sticker y un “paso”, y tan amigos.
Una de las cosas más bellas de crecer es poder salir del armario y decir que Tolkien te parece un tostón increíble.
Ser un personaje poco asertivo durante muchos años de mi vida ha tenido su gracia.
Todos sabemos que este tipo de personajes generan comedia involuntaria y, sobre todo, hacen avanzar la historia. Imagínate que Bilbo le dice que no a la aventura que le propone el brasas de Gandalf. Nos quedamos sin saga. Una pena.
Por no hablar del arco de transformación emocional tan gratificante que suelen vivir.
El sueño del espectador: pasar de ser pasivo a tomar las riendas.
El tontorrón que no sabe decir que no acaba haciendo un “viaje” inspirador hacia la asertividad.
UN FINAL FELIZ.
Ah, eso sí: si quieres poder decir que no con total libertad y poquitos remordimientos, asegúrate de tener un apellido compuesto y unos padres que aparezcan en azul en Wikipedia.
Nos leemos pronto y no olvides compartir esta newsletter con tu amiga la que se mete en líos por no saber decir que no.
Alguna vez he pensado en qué tatuaje me haría si alguna vez me hiciese uno, y ahora he pensado que John Cleese como caballero francés golpeándose el casco con la mano mientras ve venir al conejo sería uno de los candidatos con más números.
hola??? he tenido la sensación de que hablabas de mí.
sí a los mangos de 10 euros, a todos los michael scott de nuestra vida (lo adoro y lo odio en días alternos) y un no rotundo a la dichosa saga. no puc més!
gracias por este ratito de carcajadas 😀