Sigo en Barcelona y hoy, por fin, el calor nos da un respiro.
Le he preguntado al chatgpt si habría que empezar a valorar emigrar por causas climáticas y ya me está ayudando a hacer las maletas. Dice que podría encajar en Polonia o Dinamarca.
Me quedo mucho más tranquila, tengo unos diez años para aprender alguna lengua escandinava o eslava.
En la playa se levanta viento, ese que precede a la tormenta. Las sombrillas hinchadas y temblorosas, a punto de alzar el vuelo como pájaros exóticos.
¿Soy la única que, en esta situación, siempre se acuerda de Antonia Dell’Atte?
Con todo lo que ha sido Antonia, y pensar que una sombrilla de doce euros casi nos la arrebata.
Eres la musa de Armani y un icono de los noventa, pero una ráfaga de viento y un trozo de nylon con flecos te ponen en tu lugar, recordándote que todo esto, querido y minúsculo humano, es prestado.
Humildad ante la vida, humildad ante las sombrillas con estampado frutal, humildad ante todo.
Me sirvo un Aperol de media tarde para brindar por Antonia —que salió airosa del asunto— y, sobre todo, por lo poco que está bajo nuestro control. ¡Qué alivio!
¡Celebrad!
Hasta el inicio del nuevo curso abrazaré los formatos de verano. Algo frívolos, ligeros, que huyen de la intensidad. Una postalita que puedes reenviar cada semana, cada dos. Ya veremos.
Descansa, refréscate, no vayas a sitios por compromiso, métele hielo al gazpacho y dale conversación a las abuelas de la playa.
Hay que tener mucho cuidado con las sombrillas que son muy traicioneras, sobre todo cuando hay viento 😜. Me gusta mucho este formato de postal, me recuerda mucho a mí juventud, cuando mandabas postales a las amigas y también recibias, cuando antes mirar el buzón era sinónimo de espera de noticias.