Suelo tener siempre la misma cháchara interior aunque se le van sumando invitados especiales y estacionales. Y como nadie es demasiado especial y a todos nos aprietan las tuercas por el mismo lado, apuesto que al menos compartiremos tres de la lista.
Interrogantes retóricos. Rebotan dentro de mi cabeza de aquí para allá como esos habituales del bar. Son ese cliente barfly que sabes que va a volver mañana a pedirse ese sol y sombra que le deja agusto.
¿De verdad necesito otra libreta?
¿Puedo pasar frente a un Tiger sin entrar?
¿Realmente no me cae bien esa persona o le tengo envidia?
¿Esto es un ataque de ansiedad o es un infarto?
¿Lo de la abolición del trabajo, qué?
¿Me da pereza o en realidad me da miedo?
¿Cómo estoy? ¿Cansada? ¿Apática?
¿No me da vergüenza, con la suerte que tengo y todo lo que pasa en el mundo?
¿Y si mando todo a la mierda y me voy al campo?
Porque, en serio, ¿yo, qué es lo que quiero de verdad?
Si digo lo que pienso en LinkedIn, ¿volveré a trabajar alguna vez?
He exagerado. OTRA VEZ ¿Pido perdón o eso sería invalidar mi tendencia al drama?
¿Por qué no dejo las redes?
¿Qué pesa más: el packaging o la experiencia de compra?
¿Cuántos meses cotizados hacen falta para un año de paro?
No soporto a nadie. ¿Podría incluso dejar a mi familia en una gasolinera y pisar el acelerador quemando rueda o es que me tiene que bajar la regla pasado mañana?
¿Y si pido ayuda?
¿En serio hay que pagar el IVA si aún no he cobrado?
¿Cómo estoy de conectada conmigo misma y con los demás?
¿Y si me doy permiso para no saber?
¿Soy mejor novia que amiga?
¿Cuánto ganaría en el rosco de Pasapalabra? -Con la N.
¿Y si estoy en el mejor momento de mi vida?
Dicho esto, quisiera recordar que el mismísimo Kant expresaba sus dudas acerca de poder tener una actitud reflexiva y filosófica en climas cálidos. Hazte preguntas pero para responderlas en septiembre. Déjalas flotando.